Guerra
Desde que se negó a vender sus tierras y echar
de sus predios a Don Eusebio le sucedieron muchas calamidades: le mataban los
animales, le quemaban las siembras, no le despachaban bastimento en la pulpería
y en la botica eran pocas los remedios que le vendían. Su mujer le dijo que
todo eso era castigo divino por no ir a misa los domingos y no creer en la
autoridad de Dios en la tierra.
-
Dios es una cosa... porque
hasta el cura está de lado del carajo ese, nada más porque le regala el vino y
le paga las pu…
-
¡Bendito sea Dios! Hasta
será mejor venderle este monte a Don Eusebio y de una vez nos vamos para otro
lado donde nos traten con decencia.
-
Aquí nos quedamos,
dijo tajantemente, si el tren va a pasar por aquí ya veremos qué hacer, pero yo
no salgo de aquí por cuatro reales que me Don Eusebio.
Días después de aquella conversación vió sembradío
inundado y supo enseguida que el maíz ya estaba ahogado,
-
¡Esto es el colmo! Dijo
amargamente. Perdida la siembra ya no podía pagar las deudas, entonces tendría
que vender sus tierras a aquel hombre que se creía dueño del pueblo solo por
ser el Jefe Civil.
-
Prefiero ir preso o morirme
de hambre que vender, se dijo lleno de ira. Resuelto a acabar con aquella
guerra desigual, subió a su caballo con la escopeta en la espalda y se dirigió
a la Jefatura Civil, entró sin anunciarse y de un empujón abrió la puerta donde
estaba Don Eusebio, llevó el rifle a su hombro y le apuntó al pecho diciéndole:
-
Hasta hoy le aguanté,
Don Eusebio…
Y
una serie de detonaciones rompió la tranquilidad del pueblo.
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