Cabos Sueltos
Cuando
pensó que su vida ya no tenía sentido, decidió saldar deudas y despojarse de todo, entonces pagó la cuenta en la bodega, obsequió a la biblioteca del pueblo todos sus libros y unos
manuscritos que nunca publicó, donó a la escuela pública su máquina de escribir
y al Jefe Civil le dejo unos trajes que había usado cuando vivió en la ciudad.
A las hermanas
de la Caridad les confió las escrituras de su casa, con la intención de que
crearan un orfanato, y a pesar de sus diferencias con el cura, no por la
existencia o no de Dios, sino porque uno era de derecha y otro de izquierda, lo
visitó a la casa parroquial y le estrechó la mano diciéndole que disculpara si
lo había ofendido en algún momento, pero que no cambiaría su forma de pensar,
acto seguido dio media vuelta y no esperó ninguna respuesta del párroco.
Al revisar en
su atormentada cabeza y cerciorarse que no dejaba cabos sueltos, descendió por las
escalinatas que conducían al embarcadero del río y se lanzó a sus turbulentas
aguas.
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